En sus artículos en Combat, Albert Camus aplica siempre la misma regla de oro: un titular corto, lapidario y sorprendente que interpele la conciencia del lector: «De la résistance à la révolution», «le temps de la justice», «Ils ne passeront pas», «la réforme de la presse» son algunos ejemplos de sus titulares.
Los temas de sus artículos reflejan el trágico periodo histórico por el que atravesaba Europa: la guerra de España y sus consecuencias, la dictadura de Hitler, la posición del episcopado francés, la detención del industrial Louis Renault, un discurso de Churchill en la Cámara de Comunes, los Municipios, la cuestión colonial con los acontecimientos de Sétif o de Madagascar, la polémica con François Mauriac, la constitución del Alto tribunal de Justicia, la reelección de Roosevelt, los problemas de la prensa, el pacto franco-soviético, la conferencia de Crimea, la cuestión de Indochina, los discursos y las posiciones del general de Gaulle, la batalla de Rusia, la muerte del presidente americano Roosevelt, las relaciones con Franco, los problemas de la depuración o la consulta a propósito del nacimiento complicado de la IV República francesa.
En su interés por los temas españoles relacionados con la guerra civil pudieron influir razones biográficas. Su madre, aunque nacida en Argelia, provenía de una familia de Menorca, y, por otro lado, la amistad íntima que mantuvo con la actriz María Casares, hija de Santiago Casares Quiroga, presidente de la II República, pudo constituir un vínculo de unión con nuestro país. Sí bien, no hay duda, de que existió otro factor que fue todavía más decisivo para él: el valor simbólico que tenía España en su tiempo, como lugar donde se había librado una feroz batalla por la libertad.
Para los antifascistas de muchos países europeos y de fuera de nuestro continente, la guerra de España se convirtió en un acontecimiento emblemático, tenían conciencia de que en nuestro país se estaba librando una contienda internacional y sentían una verdadera admiración por como una parte de la juventud española y de nuestros intelectuales había tomado partido por la República en oposición al fascismo.
Camus tenía una concepción un tanto mitológica de nuestro país. Para él, España era una “tierra de rebeldes libertarios amantes de la vida”. De no haber padecido tuberculosis se hubiera unido a la causa republicana, como hicieron sus amigos André Malraux o Simone Weil. La guerra de España constituyó para Camus —al igual que para muchos estudiantes e intelectuales europeos y americanos que compartían la misma cultura política antifascista— una epopeya en la que se forjó una imagen ideal y alegórica de nuestro país. Para Camus, España se convirtió en un país legendario, que solo pudo visitar en una ocasión. En el verano de 1935 hizo su primer y único viaje a Mallorca e Ibiza.
Se sentía doblemente vinculado a la piel de toro. Por un lado, estaba su identificación ideológica con la revolución libertaria y con la lucha contra el fascismo —en 1936 escribió una obra de teatro basada en la revolución de Asturias, Revolte dans les Asturies, que fue su primera obra de creación— y, por otro lado, a nivel estético, sentía una gran admiración por los poetas y el teatro español. En 1946, el prefacio de su obra L’Espagne libre, recordaba el asesinato de Lorca y la muerte de Antonio Machado en Colliure. De España dijo: “Me ha enseñado a dar a la palabra libertad su contenido eterno”.
El 7 de septiembre de 1944, cuando no habían pasado ni dos semanas de la liberación de Paris, Albert Camus escribió un editorial en Combat, que tituló “Nuestros hermanos de España”. Sabía que la tarde del 24 de agosto, 144 soldados republicanos españoles de La Nueve —la primera unidad aliada que entró en París— habían roto la línea defensiva de la Wechmacht y penetrado en la capital a bordo de blindados con nombres como Los Cosacos, Madrid, Los Pingüinos, Teruel, Ebro, Guernica, Resistencia, Santander, Guadalajara y Don Quijote, entre otros. En su artículo de Combat pedía que la liberación del fascismo no se detuviera en los Pirineos. Para el escritor era injusto que la Segunda Guerra Mundial acabara sin rescatar a España de la dictadura franquista: “Esta guerra europea —decía—que comenzó en España, hace ocho años, no podrá terminarse sin España”. Los españoles ya habían pagado con creces “el precio de la libertad”:
¿Quién de entre nosotros puede permanecer impasible? ¿Y cómo no decir aquí, tan alto como sea posible, que no debemos repetir los mismos errores y que tenemos que reconocer a nuestros hermanos y liberarlos también a ellos? España ya ha pagado el precio de la libertad. Nadie puede dudar de que ese pueblo feroz está dispuesto a comenzar de nuevo. Pero son los aliados quienes deben ahorrarle esa sangre de la que es tan pródigo y de la que Europa debería mostrarse tan ávara, dándole a nuestros camaradas españoles la República por la que tanto pelearon.
Sus expectativas hoy sabemos que no se cumplieron. Olivier Todd, señala que Camus no es una excepción entre los miembros de la Resistencia que salieron de la guerra llenos de ilusiones revolucionarias simplistas; quizá la esperanza posbélica no podía adoptar otra forma. En el caso de Camus, es posible identificar —según el citado autor— cierta ingenuidad cuya expresión más común es el deseo de que lo improbable pueda hacerse posible.
El 4 de enero de 1960, Francia perdió a un gran patriota, el mundo a un gran escritor y España a un gran amigo, quizás uno de los mejores que ha tenido.
Nuestros hermanos de España (1944). Albert Camus
Esta guerra europea que comenzó en España, hace ocho años, no podrá terminarse sin España. La Península ya se está moviendo. Se anuncia una remodelación ministerial en Lisboa. Y, de nuevo, se hace oír en las ondas la voz de los republicanos españoles. Quizá sea el momento de volvernos hacia ese pueblo sin igual, tan grande de corazón como de orgullo, que nunca ha desmerecido a los ojos del mundo desde la hora desesperada de su derrota.
Porque es el pueblo español el que fue elegido al inicio de esta guerra para dar a Europa el ejemplo de las virtudes que debían haberla salvado. Pero, a decir verdad, somos nosotros y nuestros aliados los que lo habíamos elegido para ello.
Por eso, muchos de nosotros, desde 1938, siempre hemos pensado en ese fraternal país con una secreta vergüenza. Y sentíamos vergüenza dos veces. Primero, porque lo dejamos morir solo. Y luego, cuando nuestros hermanos, vencidos por las mismas armas que habían de aplastarnos, vinieron hacia nosotros, les pusimos gendarmes para mantenerlos a distancia. Aquellos que llamábamos entonces nuestros gobernantes inventaron nombres para ese abandono. Lo llamaron, según el día, no intervención o realismo político. ¿Qué importancia podía tener, ante términos tan imperiosos, el pobre concepto de honor?
Pero ese pueblo, que halla de forma tan natural el lenguaje de la grandeza, recién despertado de seis años de silencio, en la miseria y en la opresión, se dirige a nosotros para liberarnos de nuestra vergüenza. Como si hubiera entendido que a partir de ahora es él quien debe tendernos la mano, se nos presenta entero en su generosidad, sin pena alguna de hallar lo que ha de decirse.
Ayer, en la radio de Londres, sus representantes dijeron que el pueblo francés y el pueblo español tenían en común los mismos sufrimientos, que los republicanos franceses habían sido golpeados por los falangistas españoles, como lo habían sido los republicanos españoles por los fascistas franceses, y que, unidos en el mismo dolor, los dos países debían estar juntos mañana en la alegría de la libertad.
¿Quién de entre nosotros puede permanecer impasible? ¿Y cómo no decir aquí, tan alto como sea posible, que no debemos repetir los mismos errores y que tenemos que reconocer a nuestros hermanos y liberarlos también a ellos? España ya ha pagado el precio de la libertad. Nadie puede dudar de que ese pueblo feroz está dispuesto a comenzar de nuevo. Pero son los aliados quienes deben ahorrarle esa sangre de la que es tan pródigo y de la que Europa debería mostrarse tan avara, dándole a nuestros camaradas españoles la República por la que tanto pelearon.
Ese pueblo tiene derecho a la palabra. Basta con que se la demos un minuto para que, con una sola voz, grite su desprecio al régimen franquista y su pasión por la libertad. Si el honor, la fidelidad, si la desgracia y la nobleza de un gran pueblo son las razones de nuestra lucha, reconozcamos que esa lucha supera nuestras fronteras y que nunca saldrá victoriosa en nuestra tierra mientras se vea aplastada en la dolorosa España.
Extractado de la excelente página que recomiendo: https://conversacionsobrehistoria.info