—Miguel, en este mismo lugar en donde estamos ahora, el 19 de octubre de 1805, el vigía escudriñaba el horizonte con su catalejo y observaba la llegada de navíos ingleses que se estaban situando para bloquear la ciudad. En el puerto, se podía vislumbrar la agitación de marinos españoles y franceses y las voces de los contramaestres, acompañadas del sonido estridente del chifle. En los barcos, los gavieros trepaban por los flechastes —Juan lo describe como si lo hubiera vivido personalmente.
—Era uno de esos días bonitos de Cádiz, un sol brillante y un viento suave de levante, que no hacía presentir la tragedia que se iba a desarrollar ante la vista de nuestro vigía.
—Se desplegaron las velas de treinta y tres barcos, comandados por el almirante francés, Villeneuve, y fueron saliendo lentamente del puerto. Una fragata llamada Wesel se había adelantado al resto de la escuadra inglesa y, rápidamente, envió señales al almirante Nelson de la situación de los barcos españoles y franceses.
—El vigía de Torre Tavira observó la lenta salida de los navíos, dejando atrás las murallas de San Carlos, la Caleta y el castillo de Santa Catalina; viraron en dirección sur hacia el Estrecho. Estas maniobras eran seguidas por miles de gaditanos, aprovechando las torres vigías y las azoteas de las casas. La mayoría tenía familia, maridos e hijos, en esos barcos y presentían la tragedia que se estaba fraguando —Juan enfatiza.
—Desde aquí escuchó los cañonazos, las explosiones, y vio los incendios que se provocaban, aunque con dificultad, porque la bruma que se levantó no dejaba ver los barcos.
—Con la precisión de un amanuense, fue describiendo lo que veía y lo que adivinaba, hasta el regreso de lo que quedó de la escuadra franco-española; barcos que flotaban a duras penas, desarbolados y llenos de heridos y muertos. El resultado de aquella guerra absurda y de la incompetencia del almirante francés, fue el de una desgracia que cubrió de luto esta ciudad —Juan lo cuenta con sentimiento de amargura.
—En esta guerra con los ingleses nos metió Carlos IV, un rey déspota e inútil, como todos, que sucumbió a los delirios de grandeza de Napoleón obsesionado por invadir las islas británicas.
Extracto de la novela En Bocagrande ya no hay Tiburones
Antecedentes
El origen de esta batalla se remonta al año 1803 cuando los ingleses enfrentados con Napoleón por el hecho de querer dominar toda Europa reemprendieron esa enemistad que siempre habían tenido con Francia a pesar de años antes haber firmado un acuerdo de paz.
Por aquel entonces España era el país que tenía la tercera flota más grande del mundo, después de los ingleses y franceses; su colaboración a favor de cualquiera de ellos podía hacer que la balanza se inclinase decisivamente. Napoleón en un primer momento reclamó su participación sin embargo el gobierno español decidió ofrecerle el pago de un subsidio más que la intervención del poder naval, evitando de este modo gastos más costosos.
España en todo momento quiso mostrar su neutralidad, pero la ayuda al gobierno francés por muy poca que fuese hizo que los británicos estuvieran al tanto de su flota, es más dieron instrucciones a sus barcos de inspeccionar cualquier navío español que se encontrasen.
Los ataques entre la flota británica y la española aumentaron a lo largo de 1804 hasta que en octubre del mismo año varias fragatas británicas asaltaron a una expedición que venían de América hundiéndole un barco con los pasajeros dentro, este fue el hecho de que España declarase la guerra a Gran Bretaña el 12 de diciembre de 1804, meses después firmaría una alianza con Francia poniéndose de su parte.Invasión francesa y sitio de la ciudad.
Napoleón decidido a declararle la guerra a los británicos ahora que contaba con la ayuda de los españoles que ponía a su disposición unos treinta navíos haría mucho más factible la operación, solo había que maquinar un plan que consistía en distraer a la flota inglesa del canal de la Mancha para adentrar por él y posteriormente hacerse con el control de las zonas más cercanas a este.
Para ello tres flotas francesas junto a otras españolas se dirigieron cerca de las Antillas para atraer a la armada británica hasta allí, una vez distraída el resto de la flota franco–española se dirigió al canal para desembarcar el ejército imperial en Inglaterra, sin embargo, fue tal la descoordinación entre ambas que solo el almirante Villeneuve consiguió salvarse de la flota británica comandada por el famoso Horatio Nelson encargada de vigilar el Mediterráneo.
De regreso a España en el cabo de Finisterre le esperaba una armada británica bloqueando la entrada a Ferrol, ambos entraron en conflicto y pese a ser numéricamente la flota franco española mayor que la británica quedaron en tablas por las inseguridades que a menudo asaltaban a Villeneuve, que optó por poner rumbo a Cádiz antes que esperar la llegada de refuerzos franceses. Cuando Napoleón se enteró de lo sucedido montó en cólera y decidió destituirlo y reemplazarlo por François Étienne de Rosily.
Villeneuve decidió salir de esta poniendo rumbo a Gibraltar. Otros almirantes españoles que eran conscientes del peligro que suponía esa salida pues sabían del avance de la flota británica a tierras españolas se lo hicieron poner en conocimiento, sin embargo, el almirante español hizo caso omiso a los consejos de sus compañeros; y si a esto le sumamos la llegada de la noticia de su destitución por Rosily por parte de Napoleón, fue lo que fomento aún más esa salida buscando una última acción que le asegurarse de nuevo su puesto.
La Batalla de Tafalgar
En la madrugada del 21 de octubre 1805 se avistaron ambas flotas cerca del cabo de Trafalgar, los vientos eran tan débiles que ralentizaron el inicio de la batalla, Villeneuve entonces tomó una decisión que acabó siendo desastrosa: girar los barcos. Nelson en cambio dispuso los 27 navíos que formaban su flota en dos columnas encabezada por su barco insignia, Victory.
Nelson atacó por la retaguardia y ya alcanzando el momento crucial uno de los almirantes franceses abandona la batalla con sus cuatro naves lo decantó ser una victoria definitiva para los británicos.
En la contienda solo lograron salvarse cinco buques españoles de los 33 que iniciaron el conflicto naval y en un estado muy precario, más de 2800 hombres tanto franceses como españoles murieron en ella, en cambio los ingleses tan solo 400 entre los que se encontraba el famoso Nelson quedando una victoria entristecida por su muerte, a pesar de ello su triunfo le sirvió para consolidar su dominio naval, teniendo la mayor flota del mundo hasta prácticamente principios del siglo XX.
Para Francia la derrota significó la renuncia total a una invasión próxima en tierras británicas y para España supuso que todos los esfuerzos que llevó a cabo Godoy para tener una de las mejores flotas navales preparadas para la guerra con esta batalla se perdieron.
En Londres, la victoria quedó ensombrecida por la muerte de Nelson, un héroe nacional. Villeneuve fue llevado prisionero a Inglaterra y asistió al funeral de su adversario. Liberado bajo palabra, volvió a Francia e intentó justificarse ante Napoleón, pero no fue recibido y acabó suicidándose. “Era un hombre valiente, pero sin talento”, comentó el emperador. Diferente consideración tenía de Gravina, “todo genio y decisión en el combate”, muerto seis semanas antes por las heridas recibidas en Trafalgar. La pérdida de tantos bravos soldados y la tragedia humana vivida en Trafalgar harían decir a Galdós, en boca de uno de sus personajes: “¡Cuánto desastre, Santo Dios, causado por las torpezas de un solo hombre!”
Resumen efectuado de diferentes fuentes: Wikipedia, National Geographic, unprofesor.com, enciclopediadehistoria.com.