Con los pies en el agua

Desde Donostia a México. La guerra les separa y el amor les une

"En la escalera quedó un reguero de sangre que llegaba hasta la calle. Ni uno solo de los vecinos asomó su cara. Todos estaban aterrorizados por la cobardía que da el miedo"

Karlos, Inés y su hijo viven una época convulsa de guerra que se extiende por Europa. Separados por miles de kilómetros debido al exilio, afrontarán de cerca la tragedia, el miedo y el asesinato.

Inés tiene una personalidad fuerte. Casada con un hombre que la humilla y la desprecia, sus dos grandes pasiones son Patxi, su hijo al que adora, y sus ideales por los que está dispuesta a pelear y morir.

Karlos es un joven que trabaja de cajero en el Banco Bilbao de San Sebastián. No fuma, casi no bebe y tartamudea cuando se acerca una chica. Su única pasión es su trompeta. Todo cambió cuando Inés apareció en su vida.

Una historia que nos recuerda que, por encima de las ideologías, están la lealtad y el amor.

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Nadie se atrevía a separarse de la sombra del barco. Un barco grande y negro, herrumbroso y feo. Tenía una chimenea grande que expulsó humo a bocanadas durante todo el día. Casi cubierto por el óxido, con unas letras que debieron ser blancas, aparecía el nombre de Ipanema.

Nadie se atrevía a separarse de ese barco negro y feo que era, al mismo tiempo, el barco de la esperanza.

Se acercó y movió su cara por el cuerpo de Karlos, oliendo y aspirando con fuerza.

—Todavía hueles a la vida, a las calles y a los campos. Hueles a la risa y al llanto. Hueles a mujeres guapas y a niños, a fruta y a flores.

—Es enorme; no podremos visitar todo en un día. Llegaron a vivir más de cien mil personas. Vamos a pasar primero por la Calzada de los Muertos, hasta la Pirámide de la Luna que es la más pequeña de las dos. Lo que me llamó la atención fue el carácter religioso de todo esto, y los sacrificios humanos que hacían los aztecas para tener contentos a los dioses. A los prisioneros les cortaban las cabezas, el sacerdote les arrancaba el corazón y lo presentaba de ofrenda, también los asaban como si fueran salchichas. De todos los dioses, el que me gusta más es la serpiente emplumada, la llamaban Quetzalcóatl, o algo así.

El bar Chaliapin estaba lleno de hombres. Capitostes, guardaespaldas, espías. Las mesas desbordaban de caviar Beluga y botellas de Stolichnaya, mucho vodka.