Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936) fue una de las figuras más destacadas de la literatura y el pensamiento español del siglo XX. Novelista, ensayista, poeta, filósofo y dramaturgo, Unamuno fue un intelectual profundamente preocupado por la identidad de España, la fe, la razón y la existencia humana. Su vida estuvo marcada por una intensa actividad literaria y académica, así como por su compromiso político y su constante confrontación con las autoridades.
1. Vida y Contexto Histórico
Infancia y Juventud
Miguel de Unamuno nació el 29 de septiembre de 1864 en Bilbao, España. Desde pequeño mostró una gran pasión por el conocimiento y la literatura. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, donde se doctoró con una tesis sobre la lengua vasca.
Desde joven se interesó por la situación política y social de España, lo que se reflejaría en su obra y su pensamiento a lo largo de toda su vida. Su infancia en Bilbao, en un contexto de guerras carlistas y conflictos políticos, influyó en su visión de la realidad y en su sentido del patriotismo.
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Carrera Académica y Literaria
En 1891, Unamuno obtuvo la cátedra de Griego en la Universidad de Salamanca, institución a la que estuvo ligado durante la mayor parte de su vida. En 1900 fue nombrado rector de la universidad, cargo que ocuparía en varias ocasiones, aunque también sería destituido por sus conflictos con las autoridades políticas.
A lo largo de su vida, Unamuno mantuvo una relación tensa con los gobiernos de España, lo que le llevó a ser destituido, exiliado y, finalmente, a enfrentarse al régimen franquista en sus últimos años.
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2. Obra Literaria y Filosófica
Unamuno fue un autor prolífico que exploró múltiples géneros literarios y filosóficos. Su obra se caracteriza por una profunda introspección, una preocupación constante por la identidad de España y una lucha interna entre la fe y la razón.
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Novela
Unamuno es uno de los grandes exponentes de la novela moderna en España. Sus novelas, más que relatos convencionales, son exploraciones filosóficas y existenciales. Entre sus obras más importantes se encuentran:
- Niebla (1914): Una de sus obras más innovadoras, en la que desarrolla el concepto de la "nivola", una forma de novela en la que el protagonista interactúa con el autor.
- San Manuel Bueno, mártir (1930): Relato en el que expone la crisis de fe de un sacerdote que, a pesar de perder su creencia en Dios, sigue predicando la fe para dar consuelo a su pueblo.
- Abel Sánchez (1917): Una reinterpretación del mito de Caín y Abel en clave moderna.
- La tía Tula (1921): Una novela sobre la maternidad y el sacrificio.
Ensayo
Sus ensayos reflejan su profundo pensamiento filosófico y su constante preocupación por la identidad de España y la existencia humana:
- Del sentimiento trágico de la vida (1913): Una de sus obras más influyentes, en la que explora la lucha entre la razón y la fe, la angustia existencial y el anhelo de inmortalidad.
- La agonía del cristianismo" (1925): Reflexiona sobre la crisis del cristianismo en la modernidad.
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Poesía y Teatro
Unamuno también incursionó en la poesía y el teatro. Su poesía se caracteriza por su tono filosófico y existencial, mientras que sus obras teatrales buscan la introspección psicológica más que la acción dramática.
- El Cristo de Velázquez (1920): Un poema épico sobre la imagen de Cristo en la obra de Velázquez.
- Raquel y Fedra (Obras de teatro con temas trágicos y existenciales).
3. Enfrentamiento con el Régimen de Franco (1936)
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Uno de los episodios más célebres de la vida de Unamuno ocurrió el 12 de octubre de 1936, durante la Guerra Civil Española, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. En ese momento, Unamuno, ya anciano, presidía el acto del "Día de la Raza" en la universidad, con la presencia de diversas autoridades franquistas, entre ellas el general José Millán-Astray, fundador de la Legión Española.
Millán-Astray, un militar de gran prestigio entre los sublevados, era conocido por su lema "¡Viva la muerte!" y su actitud violenta. Durante el acto, algunos falangistas comenzaron a gritar consignas como "¡Muera la inteligencia!" y "¡Viva la muerte!", a lo que Unamuno respondió con un discurso contundente:
"Venceréis, pero no convenceréis. Porque convencer significa persuadir, y para persuadir necesitaríais lo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho."
Sus palabras fueron una denuncia directa al fanatismo, la violencia y la brutalidad del régimen franquista. La respuesta de Millán-Astray fue agresiva y la situación estuvo a punto de tornarse violenta. Se dice que la esposa de Franco, Carmen Polo, intervino para evitar que Unamuno sufriera un ataque físico y lo escoltó fuera del recinto.
Sin embargo, antes de aquellos sucesos, Unamuno había dado muestra de su apoyo a la sublevación de los militares nacionales del 18 de julio, concretamente con la entrega a su causa de 5.000 pesetas, equivalente a seis meses de sueldo de un catedrático. El viejo profesor, de 72 años, cobraba en aquel momento su pensión de jubilado más 161,67 pesetas como Rector vitalicio. Ese gesto, además de sus críticas a la «anarquía» creada en España por la República, se sumaron a unas declaraciones al periodista norteamericano Knickerbocker en las que Unamuno afirmaba que «Azaña debería suicidarse como acto patriótico».
A los pocos días, el 22 de agosto, un decreto del Gobierno de la República firmado por el propio presidente Azaña, determina su destitución del cargo de Rector vitalicio. Sin embargo, el Gobierno de Burgos, el de los sublevados, lo restituye en esa responsabilidad el siguiente 1 de septiembre. Burgos era la sede de la nueva Junta Técnica de los nacionales y Salamanca el cuartel general de Franco.
Con estos preámbulos y el conocimiento por parte de Unamuno de la ejecución de viejos amigos republicanos a manos de falangistas, llega el acto del 12 de octubre.
Lo preside Unamuno en representación de Franco. Según Eugenio Vegas Latapié, que ofreció años después el relato más ajustado de los sucesos, Carmen Polo llega inesperadamente y se modifica la mesa presidencial, de modo que ella se sienta a la derecha del Rector, con lo que Millán-Astray quedó relegado al lado del arzobispo de Salamanca, Enrique Pla y Deniel, sentado a su vez a la izquierda de Unamuno.
Vegas Latapié, presente en el acto, era jefe de Propaganda de la Junta Técnica y dirigente de Acción Española, un grupo de intelectuales de la derecha alfonsina. Con el paso de los años mostró decepción hacia el franquismo y sale de España para incorporarse a la secretaría política de Juan de Borbón, en Lausana y Estoril. En 1948 será profesor en Friburgo del hijo de don Juan, futuro Rey Juan Carlos I. Publicó varios libros, como «Caminos del desengaño: memorias políticas 1936-1938».
Según Latapié, antes del acto de aquel día Unamuno le había dicho a su vicerrector, Esteban Madruga, que no quería hablar, «que me conozco cuando se me desata la lengua». El Rector lleva en su bolsillo una carta de la mujer de Atilano Coco, pastor de la Iglesia Reformada Española Episcopal, un protestante que ha sido detenido y por el que Unamuno pretende interceder, según relatan en su libro los Rabaté (Coco será fusilado al cabo de un mes). El turno de los oradores se inicia con José María Ramos Loscertales, decano de Filosofía y Letras; le siguen el dominico Beltrán de Heredia, historiador, y Francisco Maldonado de Guevara, catedrático de Literatura. Este último habla de «cáncer del separatismo español» y utiliza la expresión «cruzada nacional» para referirse al alzamiento del 18 de julio. Dicha expresión había sido acuñada durante el verano por el obispo Pla y Deniel, en sus cartas pastorales.
A Unamuno se le nota nervioso; saca el citado sobre y escribe en él notas para una intervención no pensada previamente. «Vencer y convencer» es una de las anotaciones. Toma la palabra el poeta José María Pemán y endulza la acritud precedente: «Hagamos en cada pecho un alcázar de Toledo».
Finalmente, Unamuno decide tomar la palabra e improvisa incluso con respecto a sus notas manuscritas. Habla de «la fuerza y brutalidad de las masas populares en las dos zonas: en una, las mujeres se ensañan matando; en la otra, acuden a ver matar», relata Vegas Latapié, quien agrega que Unamuno también cita al poeta filipino José Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, muerto por «la brutalidad incivil de los militares». Pero Rizal había luchado contra España, y ante aquel auditorio de falangistas y españolistas, la mención del poeta es la que hace estallar el acto. Astray, que en Filipinas había luchado de joven contra Rizal, pide a voces intervenir: «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?», pero el Rector no le concede la palabra. El mutilado general grita entonces: «¡Muera la intelectualidad traidora!», según Latapié. Una ovación atronadora no permite escuchar el resto de la proclama del general. Hay insultos, amenazas e, incluso, se oye el sonido característico de las armas cuando se montan. Vegas está cerca de Millán Astray y asegura que no lanzó el «¡Viva la muerte!» ni otras consignas de la Legión. Crece la tensión en el Aula Magna y, tras momentos de incertidumbre, Astray le dice al rector: «¡Unamuno, dé el brazo a la señora del jefe del Estado».
Según otras versiones, el Rector había rematado su intervención diciendo: «¡Éste es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, pero no convenceréis...». Finaliza con un: «¡He dicho!», y el tumulto, que había sido constante, estalla definitivamente.
Entre jóvenes que levantan el brazo con el saludo fascista, Unamuno, parapetado por Carmen Polo, abandona el recinto de la Universidad de Salamanca. «Si no meten en la cárcel al viejo Rector es por temor a las repercusiones internacionales de tal acto», reflexionan los Rabaté en si libro, que también narra cómo esa tarde Unamuno acude al Casino de Salamanca y es recibido con los gritos de «¡rojo!» y «¡traidor!». Al día siguiente, el 13 de octubre, el Ayuntamiento determina su cese como concejal y Alcalde honorario y el 14, el claustro de la Universidad solicita su destitución como Rector vitalicio, trámite que se cumple al cabo de unos días.
«Me destituye Madrid, me destituye Burgos, y luego me destituyen mis compañeros», escribe Unamuno en uno de sus cuadernos. El pensador se mete entonces en su particular «recojimiento». Una vez más, «no se fía ni de los hunos ni de los hotros», sentencian los Rabaté. En su casa de la calle Bordadores, será su familia la que mitigue sus penas, y particularmente su nieto Miguelín, al que enseña papiroflexia y a dibujar. Este nieto es Miguel Quiroga Unamuno (1929-2000), futuro médico que se afincará en 1961 en Gijón, donde hoy viven un biznieto de Unamuno, el también médico José María Quiroga Ruiz y una tataranieta, Laura Quiroga Fernández.
Unamuno murió en la Nochevieja de 1936 y, paradójicamente, su féretro fue llevado a hombres por falangistas.
Fragmento del artículo Una Nochevieja de hace 75 años, de J. Morán. La Opinión. El Correo de Zamora.
4. Legado e Influencia
Miguel de Unamuno dejó un legado imborrable en la literatura, la filosofía y el pensamiento político español. Su obra ha sido fundamental para la evolución de la novela moderna en España y su pensamiento existencialista influyó en filósofos posteriores.
A pesar de su conflicto con el franquismo, Unamuno sigue siendo una figura fundamental en la historia de España, símbolo de la resistencia intelectual y la lucha por la libertad de pensamiento. Su famosa frase "Venceréis, pero no convenceréis" sigue siendo un lema de quienes defienden la razón sobre la imposición de la fuerza.
Conclusión
Miguel de Unamuno fue un escritor, pensador y académico cuya vida estuvo marcada por la lucha entre la razón y la fe, el pensamiento y la autoridad, la literatura y la política. Su legado literario y filosófico sigue siendo de gran relevancia, y su enfrentamiento con el fascismo lo convirtió en un símbolo de la resistencia intelectual.
Su historia es la de un hombre que, a pesar de la censura, el destierro y la persecución, nunca dejó de defender sus ideales y su amor por España, una España que él soñaba libre y pensante.
Los Conflictos Religiosos de Miguel de Unamuno
Uno de los temas más persistentes y complejos en la vida y obra de Miguel de Unamuno fue su relación con la religión. A lo largo de su existencia, experimentó una profunda lucha interior entre la fe y la razón, entre la necesidad de creer en Dios y la imposibilidad intelectual de hacerlo sin cuestionamientos. Este conflicto no solo fue un dilema personal, sino que también se convirtió en el eje central de muchas de sus obras filosóficas, novelas y poemas.
1. La Educación Religiosa y su Primera Crisis de Fe
Unamuno nació en una familia profundamente católica en Bilbao, en un entorno donde la religión tenía una gran influencia en la sociedad. En su juventud, fue un ferviente creyente y, de hecho, consideró la posibilidad de entrar al sacerdocio. Sin embargo, conforme avanzó en sus estudios y en su desarrollo intelectual, comenzó a enfrentarse con dudas sobre la existencia de Dios y la naturaleza de la fe.
Su primera crisis de fe se produjo en su juventud, cuando comenzó a cuestionar las enseñanzas religiosas tradicionales. Su inclinación hacia la filosofía y la lectura de autores racionalistas y escépticos lo llevaron a una postura crítica frente a la religión establecida. Sin embargo, esta crisis no lo llevó al ateísmo, sino a un estado de **agonía religiosa**, en el que oscilaba entre la necesidad de creer y la imposibilidad de hacerlo plenamente.
2. "Del Sentimiento Trágico de la Vida" (1913): La Agonía de la Fe
Uno de los textos más importantes para entender el conflicto religioso de Unamuno es "Del sentimiento trágico de la vida" (1913). En esta obra filosófica, plantea que la existencia humana está marcada por una lucha constante entre la razón y el deseo de inmortalidad.
Las ideas principales del libro incluyen:
- El deseo de inmortalidad: El ser humano no solo quiere vivir, sino que desea vivir eternamente. La religión ha sido la respuesta tradicional a este deseo, pero la razón se opone a esta creencia.
- La lucha entre la fe y la razón: La razón nos dice que la muerte es el fin, pero el corazón anhela algo más allá. Unamuno describe esta lucha interna como el "sentimiento trágico de la vida.
- La duda como forma de religiosidad: Para Unamuno, dudar y sufrir por la fe es, en cierto sentido, una forma más auténtica de vivir la religión que la aceptación ciega de los dogmas.
Este pensamiento lo alejó de la ortodoxia religiosa, pero no lo convirtió en ateo. Más bien, lo llevó a desarrollar una fe **agónica**, llena de contradicciones y angustia.
3. "San Manuel Bueno, Mártir" (1930): La Religión como Consuelo y Mentira
Otra obra clave para comprender su conflicto religioso es **"San Manuel Bueno, mártir" (1930)**, considerada su novela más profunda sobre la fe.
Resumen de la obra:
La historia gira en torno a Don Manuel, un sacerdote ejemplar en un pequeño pueblo español. Es un hombre devoto, querido por todos, y cuya vida parece estar guiada por la fe. Sin embargo, conforme avanza la narración, se revela que Don Manuel en realidad **no cree en Dios ni en la vida después de la muerte**. A pesar de ello, sigue predicando la fe porque considera que la religión es necesaria para mantener la felicidad del pueblo.
Temas principales:
- La religión como consuelo: Para Unamuno, la fe puede ser necesaria para la paz espiritual de las personas, incluso si no es "real".
- La hipocresía de la fe: Don Manuel vive con una mentira porque cree que la verdad (la ausencia de Dios) sería demasiado dolorosa para los fieles.
- El martirio de la duda: El verdadero sacrificio del protagonista no es morir por la fe, sino vivir con una creencia que no comparte.
Esta novela se ha interpretado como una representación del propio Unamuno, quien, a pesar de sus dudas, nunca pudo desligarse completamente de su necesidad de creer en Dios.
4. La Influencia del Protestantismo y la Figura de Cristo
Aunque Unamuno fue criado en el catolicismo, con el tiempo desarrolló un gran interés por el protestantismo, especialmente por la figura de Martín Lutero. Admiraba el espíritu de rebeldía y la relación directa del individuo con Dios, sin la necesidad de una estructura eclesiástica.
Un aspecto que destacó en su pensamiento fue su visión de Cristo. En lugar de enfocarse en la divinidad de Jesús, Unamuno se interesó más en su humanidad, su sacrificio y su sufrimiento. En su poema "El Cristo de Velázquez" (1920), explora esta visión de un Cristo humano, trágico y doliente, que se asemeja al propio Unamuno en su lucha espiritual.
5. Su Relación con la Iglesia y la Religión en sus Últimos Años
En sus últimos años, Unamuno se distanció aún más de la Iglesia oficial. Fue crítico del nacionalcatolicismo promovido por el franquismo y del uso político de la religión. Aunque nunca se declaró ateo, su fe estaba marcada por la angustia y la incertidumbre.
El 12 de octubre de 1936, durante su famoso enfrentamiento con el general Millán-Astray en la Universidad de Salamanca, hizo una referencia significativa a su visión del cristianismo. Al criticar el lema falangista "Viva la muerte", defendió un cristianismo basado en la razón y el humanismo, en contraste con la barbarie del franquismo.
Murió el 31 de diciembre de 1936, en arresto domiciliario, en una España sumida en la Guerra Civil. Hasta el final de su vida, nunca resolvió completamente su conflicto religioso, lo que lo convirtió en una de las figuras más representativas de la angustia espiritual en la literatura española.
Conclusión: Unamuno y la "Agonía de Creer"
Miguel de Unamuno encarnó uno de los dilemas más universales del ser humano: la lucha entre la fe y la razón. Su vida estuvo marcada por un anhelo profundo de inmortalidad y de Dios, pero también por una mente analítica que no podía aceptar dogmas sin cuestionarlos.
A diferencia de otros pensadores que resolvieron su dilema inclinándose completamente hacia la fe o hacia el ateísmo, Unamuno vivió en un estado de agonía permanente, en el que la duda y la angustia eran parte de su espiritualidad. Esta lucha interna se convirtió en el motor de su obra y en la razón por la cual su pensamiento sigue resonando hoy en día.
Como él mismo escribió en Del sentimiento trágico de la vida:
El que cree en Dios, si no lo siente, duda de él; y el que no cree en Dios, si lo siente, también duda de su incredulidad.
Esta frase resume su vida: la imposibilidad de creer plenamente, pero también la imposibilidad de dejar de hacerlo.
Por su interés, reproducimos un artículo de Eduardo Martínez Rico, publicado en la revista digital Zenda.
https://www.zendalibros.com/carta-a-miguel-de-unamuno/
Querido y respetado Don Miguel:
Te siento lejano. Hace mucho que viviste, en una época distinta a la mía. Cuando leí tus libros los disfruté mucho, sobre todo, es curioso, a los 18 años, tal vez la edad de las preguntas, de las dudas. Incluso escribí un cuento, “Alma libro”, con el que gané el premio literario de mi colegio, el premio de COU. Aquel cuento, si lo pienso, es una profundización en ti, pues te hacía morir, te acompañaba en el trance, en la llegada al cielo, pero también era un profundizar en mí, en mis lecturas, en mi propia búsqueda, de la que tú, entonces, formabas parte importante.
En aquel tiempo leí algunos libros tuyos, como San Manuel, Bueno, mártir, delicioso, que nos mandaron leer precisamente en el colegio, en COU. También leí Niebla, que me gustó mucho. Recuerdo que compré, sin embargo, Vida de Don Quijote y Sancho, y se me atragantó bastante, se me sigue atragantando, aunque aprecio la calidad de la prosa.
Ahora tengo más libros tuyos en casa, muchos más, si bien no los tengo todos. Con el tiempo, ya en la carrera, me gustó mucho Abel Sánchez, que nos mandó leer el profesor J. Ignacio Díez en su asignatura de Literatura Española del siglo XX.
"Desde luego tu obra está marcada por esa idiosincrasia, y yo tendría que haberlo leído todo, y recientemente, para hablar con mayor seguridad"
Tú decías que había que escribir con todo el cuerpo, y yo creo que verdaderamente escribías con todo el cuerpo. Se nota. No todo lo tuyo me gusta, o me agrada, habría que decir mejor, pero es que la literatura no tiene por qué gustar; puede tener una misión más alta, una dimensión más honda. Me parece que tú perseguías esa misión, esa dimensión.
“Este donquijotesco / don Miguel de Unamuno…”, escribió Antonio Machado, y es verdad que eras donquijotesco, tanto que más de uno podría pensar que tus problemas de conciencia, tu idiosincrasia vital, podría deberse a una enfermedad mental. No lo sé. Desde luego tu obra está marcada por esa idiosincrasia, y yo tendría que haberlo leído todo, y recientemente, para hablar con mayor seguridad.
Me acuerdo que un profesor mío, me parece que el Dr. de Andrés, en primero de carrera, en su clase de Lengua Española, nos contó una vez en clase que llegabas a cualquier sitio y decías: “¿De qué se habla que me opongo?” Debías ser pura energía, y eso también se ve en tus libros. En tu obra se transmite tu fuerza.
He oído también que escribiste muchísimas cartas, que eras un grafómano. Yo no me considero tal cosa, porque aunque bastantes dicen de mí que soy un escritor prolífico, no escribo tanto; me documento mucho, y cuando creo que estoy medianamente documentado (siempre pienso que podría estarlo mucho más, pero el proceso sería interminable), me lanzo a escribir, últimamente siempre o casi siempre a mano, y luego corrijo el original a medida que lo paso al ordenador. También después.
"Cuando presenté mi novela Relámpagos, que es uno de mis libros más valorados, el profesor J. Ignacio Díez, que fue uno de los presentadores, dijo que le recordaba a ti"
La verdad es que tu literatura, Don Miguel, sabe a literatura de siempre. Tiene estilo, profundidad, y ya digo, sabor. Debiste de leer mucho a lo largo de tu vida, para alimentar esa escritura. Sé por ejemplo que leíste mucho la Biblia, como se trasluce en tus obras. Estoy pensando en San Manuel Bueno, mártir o en el Cristo de Velázquez. También en el Diario íntimo que registró tu crisis de conciencia. Pero habrá muchos otros libros que lleven la huella de la lectura de la Biblia, si no todos, quizá, de una manera u otra.
Yo siempre he pensado, recordando mis lecturas de COU, y aquel cuento que escribí para el premio, “Alma libro”, yo siempre he pensado que tú querías creer, que tu corazón decía sí, pero tu cabeza decía no. Pero tengo miedo de equivocarme, después de tanto tiempo, y ante una obra tan extensa como la tuya. Yo diría que cultivaste todos los géneros, y que todos ellos quedaron impregnados tremendamente con tu personalidad. Lo que más se lee son las novelas, supongo, siendo las tuyas tan especiales, pero en tu caso muchos textos merecen leerse, como los viajes de Por tierras de Portugal y España o los artículos de Paisajes del alma. Merece la pena acercarse a ti durante una temporada, como yo lo he hecho estos días, aunque me ha quedado la sensación de que debería haber llegado mucho más lejos.
Lo cierto, y hablo en lo estrictamente personal, es que sobre todo perteneces a otra época de mi vida, y que lo mejor que puedo hacer es actuar como un arqueólogo y desenterrar lo que sentí, por ejemplo, ante San Manuel Bueno, mártir, que fue un libro que me encantó, una obra maestra. Fíjate que acaso sea tu obra más importante y que las autoridades académicas nos la mandaron leer a los alumnos de COU, acaso el mejor Unamuno. Desde luego no hay otro libro tuyo que me llegue tanto como ése, aunque otros también me gustan mucho, como Abel Sánchez.
Recuerdo que en ese curso de COU uno de los libros que teníamos que leer era la Antología de la Poesía Española del siglo XX, de Miguel Díez y María Paz Díez Taboada. Recuerdo que el profesor Víctor Ruiz nos pidió que seleccionáramos nuestro poema favorito del libro. Yo seleccioné el siguiente, tuyo, que me atrevo a recordártelo aquí.
Me destierro a la memoria,
Voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
En el yermo de la historia.
Que es enfermedad la vida
Y muero viviendo enfermo.
Me voy, pues, me voy al yermo
Donde la muerte me olvida.
Y os llevo conmigo, hermanos,
Para poblar mi desierto.
Cuando me creáis más muerto
Retemblaré en vuestras manos.
Aquí os dejo mi alma-libro,
Hombre-mundo verdadero.
Cuando vibres todo entero,
Soy yo, lector, que en ti vibro.
Cancionero. Diario poético (1928-1936)
En su momento, en aquel tiempo, escribí al pie del poema, con lápiz, “Maravilloso: verdad de las verdades”. Ahora me identifico mucho con ese “Alma-libro”, porque yo también tengo “Alma-libro”, y mis escritos pueden llevar esa alma, esa Alma, al lector. Pero entonces, en aquel momento, yo creo que me impresionó todo el poema, la fuerza, la certidumbre que tenías de que tus palabras no habían sido escritas en vano, que llegarían al lector, y que él sabría hacerlas suyas.
"Puede que otra novela mía, Cuerpos y letras, también sea unamuniana. Aquí no estoy seguro"
Mi cuento, que se titularía “Alma-libro”, precisamente, empezaría con el poema y estaría compuesto por varios fragmentos o partes, un escrito de un muchacho de 18 años que hace un trabajo para clase, una narración sobre Miguel de Unamuno y, por fin, un pequeño drama, es decir, presentado como una obra de teatro, en que se especifica tu muerte y cómo tras ella alcanzaste lo que siempre habías buscado, anhelado.
Gracias a ti alcancé mi querido premio de mi colegio; en cambio, si se puede decir esto, yo te di la soñada inmortalidad, que bien te la merecías, que bien ganada te la tenías.
¿Y qué más te puedo contar, admirado Don Miguel? Pues creo que te puedo decir que cuando presenté mi novela Relámpagos, que es uno de mis libros más valorados, el profesor J. Ignacio Díez, que fue uno de los presentadores, dijo que le recordaba a ti, que le parecía una novela unamuniana. Y después de pensar en ello creo que puede tener razón. Después de todo, si nos influyen algunos escritores, y yo estoy convencido de que así es, ¿cómo no nos van a influir los que más nos han impresionado, o los que hemos alcanzado con ellos, como es el caso, una mayor comunión? Y considero que esta palabra te gustaría: “comunión”.
Puede que otra novela mía, Cuerpos y letras, también sea unamuniana. Aquí no estoy seguro. Es posible que la literatura sea un gran río en el que todos escribimos, y en este río nos fusionamos y a veces confundimos. Pero también puedo decir que, con todo ello, aprendemos muchísimo y nos divertimos no poco, aunque también experimentamos sensaciones no tan agradables.
"Eres un escritor para volver a él una y otra vez. Como escribiste tanto, nunca te podré leer entero. Por eso puedo regresar a ti y coger aquel libro que me gustaba y que aún no he leído…"
Voy cerrando ya mi carta, Don Miguel. No la quiero demasiado larga y quiero que tenga contenido, que no se pierda en vaciedades, en vaguedades. Aunque acaso esto último sea imposible de evitar, porque un tema nos lleva a otro tema, y así hasta el infinito. Experimentar esto cuando se escribe es muy grato, si bien es un proceso que no tiene fin —se advierte que tú escribías hacia el infinito, hasta el infinito—, o tal vez por eso, porque no tiene fin. El escritor que eras debió de tomar conciencia pronto que nunca acabarías de hacerlo; por eso dicen de ti que eras un grafómano, y te daba igual en qué género escribías: lo importante era expresarte, comunicarte, plasmar tu ser, tu duda, tu lucha, tu todo, en el papel, en la escritura.
Eres un escritor para volver a él una y otra vez. Como escribiste tanto, nunca te podré leer entero. Por eso puedo regresar a ti y coger aquel libro que me gustaba y que aún no he leído… Siempre te encontraremos en tu obra, pletórico, lleno de energía, fuerte, haciendo un nuevo estilo con tu personalidad. Y lo que a lo mejor no nos gustó en su momento, una novela, un ensayo, unos artículos… puede que con el tiempo nos atrape. O releer algo tuyo, como yo acabo de releer San Manuel Bueno, mártir en un viaje a Oviedo: un libro mágico, de un escritor mágico, en una ciudad mágica.
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